El contexto

Dramatis Personae

La Buena, sin piernas
Johanna
Boris, sin piernas
Trece tullidos sin piernas del asilo para tullidos
Dos criados
Dos enfermeros
Todos los tullidos en sillas de ruedas
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La primera obra de Thomas Bernhard muestra una sociedat cerrada: la historia de la Buena, una mujer sin piernas sentada en una silla de ruedas que imagina la realidad a su manera y acaba celebrando una macabra fiesta de cumpleaños para su marido Boris, también amputado de las dos piernas, y sus trece compañeros de sufrimiento.

La obra presenta una realidad radicalmente reducida: las limitaciones del espacio, las mutilaciones físicas y las reducciones lingüísticas se reflejan en el empobrecimiento de las relaciones humanas. La obra es una moderna danza macabra. Thomas Bernhard dice: “Mi tema es la muerte porque mi tema es la vida, incomprensiblemente, sin ambigüedades”.

(Dramatis Personae e Introducción, Una fiesta para Boris, Ed. Suhrkamp 440, 1970)

 

La Buena habla del mundo y de sus iguales, de sus actos y sus enfermedades –es monstruosa y frágil, destructiva y necesitada de ser amada. Llena de desconfianza y de celos, atemoriza a aquellos que la rodean: su criada, Johanna, que aparentemente acepta sus cambios de humor y Boris, el cojo que ha elegido del asilo para casarse. Pero mientras la Buena se deja llevar por su discurso eufórico sucede algo distinto: una relación se desarrolla entre Boris y Johanna, lejos de su recital monomaniático. Es como si por unos momentos un espacio utópico se abriera, un espacio que no puede ser controlado por el discurso de la Buena. El lenguaje entrecortado y precipitado de la Buena desemboca finalmente en la fiesta grotesca para Boris. Un grupo memorable de tullidos del asilo se han juntado para celebrar el cumpleaños de Boris, cuyo poder utópico se hace evidente en el momento de su desaparición: “Boris siempre nos ha dado la sensación, por unos momentos, de que tenemos piernas”.

(http://www.suhrkamp.de/theater_medien/ein_fest_fuer_boris-thomas_bernhard_100035.html?prev=%2Fautoren%2Fthomas%5Fbernhard%5F340%2Ehtml%3Fd%5Fview%3Dthm&d_view=t)

Una fiesta para Boris, su primer intento de hacer un teatro “comercial”, fue escrita en 1967 y se estrenó en Hamburgo tres años más tarde con éxito de público notable. La crítica fue más reticente y, en su mayor parte, se limitó a decir que Bernhard era una especie de Beckett de segunda fila. Así, Peter Rühmkorf escribió: “Una fiesta... es sólo una brillante adaptación de Fin de partie, en la que, sin embargo, falta una cosa: la calidad dramática”. A Bernhard, para quien Beckett (que en realidad murió en 1989) llevaba prácticamente muerto una decena de años y sólo enviaba “cortos mensajes de ultratumba”, la comparación le irritaba. Quizá por eso no vaciló en revelar una fuente de inspiración más directa: “Les bonnes” de Jean Genet (a quien había conocido casualmente por las calles de Viena).

Si se examina el texto mecanografiado de una de las primeras versiones de la obra, existente hoy en el legado de Bernhard, se aprecia el enorme número de correcciones que fue introduciendo, a mano y a máquina, en un texto que parece muy simple. La obra se titulaba entonces “Die Jause” (palabra típicamente austriaca que significa algo así como “la merendola”) y otro título anterior fue, al parecer, “La señora inventada”. En cualquier caso, uno de sus dos temas centrales es el de las relaciones amo-criado, tan frecuente – desde Brecht hasta Fassbinder – en el teatro moderno alemán. No obstante, en Una fiesta... – que, como todas las obras de Bernhard, tiene un fuerte componente autobiográfico – hay también una sátira feroz de la supuesta bondad de las personas caritativas. Die Gute, es decir, la Buena, sólo practica el amor al prójimo para humillar a sirvientes e inválidos, y no puede contener una carcajada feroz ante la muerte del fantoche al que ha convertido en su marido.

Bernhard calificó esta obra una vez de “inhumana” y dijo que, al escribirla, no había pensado en hombres sino en montones de carne vendados, como si estuvieran retratados por Francis Bacon. La obra es importante en su carrera, porque marca su primer encuentro con Claus Peymann, el director que mejor supo entenderlo nunca (“el único que da en el blanco”). Su final, con un banquete en el que, de pronto hace su aparición un siniestro huésped no invitado, es típicamente bernhardiano, y tiene su antecedente claro, como ha señalado Hans Höller, en un clásico austriaco: el “Jedermann” de Hofmannsthal. Sin embargo, en Bernhard no hay redención, nunca la habrá.

A los españoles, casi inevitablemente, Una fiesta... les recordará Viridiana, pero es por lo menos dudoso que Bernhard llegara a conocer siquiera la obra de Buñuel.

(Introducción by Miguel Sáenz , Una fiesta para Boris, Hiru de Hondarribia/ Guipúzcoa 2001)